LOS VIVOS Y LOS MUERTOS

Quisiera poder elaborar con precisión un diccionario dónde las palabras vida, muerte, ley, orden, represión, policía, protección, derechos, deberes, gobierno, honestidad, consenso, cooperación, demagogia, justicia, ricos, pobres, trabajadores, gremialistas, modelo, cambio, inclusión, redistribución y patria… tuvieran su justo y exacto significado. Quisiera además, poder dar real sentido a todas esas palabras; quisiera transformar las letras en actos.

No son tres sino siete los años que llevo asistiendo a discursos huecos, anuncios grandilocuentes, moralinas llenas de mentiras y políticas que hablan de un cambio que no es cambio. Como siempre, como hace tanto, de repente emerge del fondo un alud de lodo que se lleva por delante una frágil fachada prolijamente revocada. Hace demasiado que nos dedicamos a revocar fachadas sin apuntalar los cimientos que soportan tanta carga.

Los derechos y deberes van siempre unos al lado de los otros; la Ley es la que rige ambos. Acostumbrar a la gente a tener derechos a costa de otros y hacerles creer – quizás fruto de tantos años de abusos - que no existen deberes de obligado cumplimiento, no es progresista ni inclusivo ni social-democrático. Mentir durante años a la gente para luego, cuando las papas arden, someterles a un golpetazo del que tarden nuevamente años en recuperar cierto equilibrio y balanza, no es gobernar ni hacer patria, Es lisa y llanamente putear a una ciudadanía que a estas alturas está más que harta.

Los muertos, muertos están. Es de los vivos de los que debemos ocuparnos para que no vivan ni acaben, muertos. Deben tener referentes, protección, confianza, esperanza. Deben saber que aquellos a quienes votan y pagan no pueden defraudar permanente e impunemente la confianza en ellos depositada. La justicia, no la divina sino la terrenal, tiene algo que decir en toda esta maraña. Debe decir algo y dejar de permanecer callada. No se sostienen ni un minuto más políticos corruptos y verborrágicos, tampoco policías que hacen negocio o no hacen nada y siguen en sus puestos. No se soporta un instante más ningún tipo de clan, corporación o mafia, que vive de lanzar proclamas que contradice con sus actos. No se puede seguir insuflando ideales huecos a una juventud que se debate entre la indolencia o la militancia fatua o la miseria y las drogas. No puede ser que sólo con mucha suerte, ellos logren no revivir el infierno de una noria que gira y jamás se detiene.

Los decretos, los súper-poderes, las provincias, el federalismo, la República, los fueros, las dinastías de poder y robo, el cuarto intermedio, el quórum… Agota y desespera el tiempo perdido en hacer cosas que gastando mucho resuelven poco. Hastían los años malgastados en echarse las culpas los unos a los otros o, si eso no funciona, a algún tercero de fuera. Duele ver cómo un país lenta e inexorablemente se aboca a enfrentar una y otra vez los mismos y malditos karmas. Siete años de un viento lleno de bonanza para acabar repitiendo tantas y tantas cosas.

Los barrabravas, las patotas, las organizaciones sociales que acaban convertidas en corporaciones clientelares. La jerarquía barrial, el puntero, el que protege, el que hace la vista gorda, el que cobra, el que paga, el que roba, el que mata… La zona liberada, la policía federal, la metropolitana, las mafias, la droga, el negocio que nunca acaba… Una y otra vez con una cadencia monótona la tradición se impone y manda. Nunca hubo en esa lenguaraz y fatua militancia de los DDHH ganas de cambiar nada para aquellos que siguen vivos en esta Patria. Cambios definitivos, radicales; cambios que permitan al ciudadano confiar en su policía, dejar de vivir a golpe de bombo, piquete o pancarta y sabiendo que la ley se cumple y el que no la cumpla acaba en cana...

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